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Hace mucho tiempo, demasiado que no me acerco, por estos lares, a mi web, a vosotros. Hace demasiado que no me mantengo al día en mis escritos, que no me abro en canal.

El miedo del escritor es real. El bloqueo. La desesperación, las ganas de que salga algo bueno, real, sustancioso y lo que salga sea mierda. Prefiero hablar así que adornarlo. Prefiero ser sincera y explicar el motivo de mi ausencia, a camuflarlo.

La página en blanco del escritor, sucede.

Desde la publicación de mi primera novela, Nos Robaron los te quiero, no he estado de brazos cruzados. Para nada. He finalizado la que será mi segunda novela. La he enviado a mi corrector profesional. Ha sido corregida, releída y vuelta a corregir.

Después de todo esto, llegó la PANDEMIA. Probablemente será el hecho más trascendental que ocurrirá a nuestra generación, a la anterior, la siguiente y la siguiente. Y de hecho, así lo deseo, que la sobrevivamos y nos quede en la retina como algo horrible que hemos vivido. Porque no quiero pensar que, además de sobrevivirla, nos vengan aun más tragedias, como pudiera ser la gran crisis económica que se avecina en todo el mundo, las guerras que se vaticinan y espero y rezo para que así no sea, etc, etc.

No puedo dejar de pensar que nos han robado el mes de marzo, el mes de abril y el mes de mayo.

No puedo dejar de pensar que cuando comíamos las uvas el pasado 31 de diciembre de 2019, bien poco podíamos imaginar que nos robarían el 2020. Que lo pasaríamos, practicamente, encerrados todo el año, que sintiéramos que nos ahogábamos, que lloraríamos tanto, que aun lloramos y lo que nos queda por llorar.

Y esa sensación de fortaleza, ese muro, que todos nos ponemos para no parecer vulnerables, quedó completamente bombardeado el día 13 de marzo, cuando comenzó un confinamiento forzado y escuchábamos, día tras día, como iban muriendo personas, a pesar del encierro, que llegó tarde, que se pensó mal, que nos creíamos que a nosotros aquel virus, que parecía tan lejano, no nos llegaría.

Dejé de escribir, automáticamente. Todo cuanto plasmaba en la pantalla, no era mío, era de tantas personas que estaban sufriendo que se solapaban las palabras y nada tenía sentido.

Dejé de leer, casi por obligación, nada retenía en mi cabeza, porque estaba llena de pena.

Lloraba. En silencio, a la almohada le lloraba. Y hasta la famosa canción que todos cantaban, yo solo sabía llorarla. Los aplausos, de las ocho de la noche, se conviertieron en aire para el vecindario y aunque, a veces, aplaudía más por rabia, por la certeza de que aquello era un paripé que a algunos interesaba, también es verdad que sentí que esos minutos eran compañía que los vecinos de enfrente, de al lado, de arriba y de abajo, necesitaban compartir, y por eso salía, no por salir y quedar bien, sino por estar ahí, junto a ellos, que cumplían fielmente aquel confinamiento, aunque yo, por mi profesión, saliera cada día a cumplir mi obligación laboral y volver con cautela y precaución.

Mientras tanto seguía sin escribir. Sin leer. Solo sabía sufrir en silencio, lo que todos también sufrían, cada uno a su modo.

Llegó el día que dije ¡Basta! Me negué a ver noticias retocadas. Todo Mentiras. Sentí que me hacía más mal que bien.

Y nos aficionamos a los puzzles, a crear imágenes de miles de trocitos de piezas estrategicamente formadas, para ello, para unirlas, para ilusionarte, para tener una misión, una finalidad, un desahogo al pensamiento.

Me sentí un poquito más feliz, en cada puzzle que acabábamos. Era como recomponer el corazón, pieza a pieza, dejarlo toda la noche encolado, finalmente levantarlo y sentir que ese era nuestro nuevo cuadro. Un corazón hecho pedazos, recompuesto y de nuevo palpitando.

Funcionó.

Volví a leer. Deboré los libros. Empecé con La chica de nieve que, en cuatro días, me lo acabé y desde ahí, ya no paré.

Y volví a escribir. Ya en verano, cuando nos hicieron sentir libres de virus, de miedos, de nuevo libres al aire, también mentiras, pero nos dejamos llevar por esa libertad y disfrutamos de la estación del sol, de la playa, de las olas, de las tardes a la fresca, de las charlas con amigos. Volví a sentir la magia del teclado y empecé de nuevo a escribir.

Así estoy ahora aquí, de nuevo, pidiendo perdón, por la falta de respeto de no pasar por mi página. Por la falta de respeto de dejar abandonada esta casa, que la creé para que me conocierais y estoy siendo una irresponsable y una desvergonzada. De nuevo sintiéndome miserable por no darle el valor a esta lanzadera que es mi web, para llegar a todo aquel que me quiera conocer, seguir. Pero debeis comprenderme, hubiera sido muy penoso estar escribiendo continuamente penas y más penas.

Estamos en el mes de noviembre, nos hemos acostumbrado a vivir sin poder salir sin mascarilla por la calle, en la oficina, en los comercios. ¡Quién nos lo diría!

Y vuelvo a mi casa, mi web, vuelvo a vosotros para volver a escribir, porque este virus no puede quitarme el amor por la escritura y por desahogarme y por preguntaros a vosotros qué tal, cómo lo llevais, cómo conseguís quitaros de la cabeza tanta pena.

De nuevo disculpas y de nuevo volvemos a la vida. Con virus. Con carga viral hasta arriba. Sin miedo.

Espero y deseo que esteis todos bien. Que vuestras familias sigan bien.

Y que me contéis qué habéis vivido estos meses, cómo y si os sentís con fuerza o necesitais un empujón de ilusión.

Bienvenido otoño. Bienvenidos a todos. Un fuerte abrazo virtual.

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