Desnudas tu rabia, me hablas, me cuentas que te casas, que huyes, ya callas y nunca tendrás claro, si ya sirve de algo, besarme, lanzarte y no dejarme sola.
No miras, no hablas, me bajas la mirada, no sé lo qué te pasa, pero ya no pasa nada, y eso me consuela, no sufres, resignas e hipotecas tu alma, por alguien a quien jamás amabas y me hace malvada, me sirve, porque antes así era, precisamente como estaba.
Y no entiendes, el tiempo, perdida, pensando en el regreso y que tú no regresaras, más aún me atormentaba, siempre desesperada, no había un momento que yo no te llorara, rezara y hasta lamentara mis actos, mis faltas de ganas y fuerzas malgastadas.
Me pierdo tan lejos, subiendo a las montañas, el frío, el viento, esas dulces mañanas, con nieve, me calman y llega justo al tiempo, que tu sientes tormento, que llamas, que gritas, suplicas que me amas.
Y entonces, sin pausa, te diré muy claro, olvida mi apellido, mi cara y todo lo vivido, perdiste el sentido y en mi no queda nada.
Texto publicado en la página que colaboro cada martes «El Poder de las Letras»
Autora: Miriam Giménez Porcel